Palabras, malditas palabras.

Soy un hombre de pocas palabras y temperamento incendiario, y una palabra mal encaminada puede sacarme de mi estado de pseudo paz interior, soy proclive al asalto del recuerdo, que en cualquier momento o bajo cualquier circunstancia aprovecha para nublarme la razón con un gancho a la memoria, a veces quisiera no recordar tantas cosas, o no atesorar recuerdos hirientes y ponzoñosos, a veces quisiera no lamentarme por el tiempo mal invertido, por la caricia rechazada, por el beso dado al vacío.

A veces las palabras envenenan mas de lo que quisiera, las que digo y las que me dicen, y hasta las que no se dicen y solo se piensa, incluso esas son más peligrosas que los gritos más desgarradores, porque hacen metástasis en el subconsciente, van pudriendo el ego y matando la esperanza, (lo peor es que esta tarda mucho en morir) y es esta esperanza la que se aferra al recuerdo inventando esa última plática que nunca llegara para decir de frente lo que nunca se debió de pensar, el olvido es una vacuna que tarda en surtir efecto, y los efectos colaterales pueden ser tan devastadores como el perder toda identidad y perderse en el laberinto de reproches y culpas mal infundados.

Me puedo morder la lengua hasta sangrar para no decir lo que no se quiere  escuchar, pero no se como cerrar la llave del dialogo interno, esto de los apegos inútiles que tardan en morir es una carrera de resistencia, el problema es que nunca he podido correr un maratón completo.